Tras la muerte de Alejandro Magno en Babilonia, en el año 323 a.C., sus principales generales inician una encarnizada lucha por la sucesión. Al mismo tiempo que la inestabilidad política sacude el mundo conocido se irán configurando una suerte de reinos deudores del legado alejandrino que dominarán el Mediterráneo hasta la irrupción de Roma.
Sin un sucesor claro ni un heredero, el imperio se quedó sin liderazgo. Los comandantes militares de Alejandro se pelearon entre sí por hacerse con el poder territorial. Es cuando comienzan las Guerras de los Diádocos, tres décadas de rivalidades intensas que finalizaron con tres dinastías, que fueron las responsables de mantener el poder hasta la época romana.
Las continuas guerras desatadas entre los Diádocos por el reparto del imperio fueron desde el Indo hasta la Magna Grecia. Según la leyenda, las últimas palabras de Alejandro en su lecho de muerte ante la necesidad de nombrar un sucesor, fueron Krat’eroi (al más fuerte), aunque probablemente dijo “a Crátero”. El dilema supuso el enfrentamiento entre los Diádocos, sucesores que lucharon por su imperio en conflictos sin fin.