La Guerra de Troya, vista desde una perspectiva histórica, se revela como un choque épico entre dos civilizaciones: los griegos micénicos y los hititas de Anatolia. Para comprenderla correctamente, es crucial despojarse de tres prejuicios culturales: la idea del tamaño de la ciudad, la percepción del pasado como primitivo, y el eurocentrismo. Heinrich Schliemann, en el siglo XIX, creía firmemente en la historicidad de Homero y excavó en Hisarlik, identificando Troya con una de las capas arqueológicas que llamó "Troya I" y "Troya II", aunque sus métodos no siempre fueron rigurosos.
Las excavaciones posteriores, especialmente las de Wilhelm Dörpfeld y Carl Blegen, en el siglo XX, proporcionaron una comprensión más precisa. Identificaron las capas de Troya VI y Troya VII como las más significativas, coincidiendo con la posible época de la guerra descrita por Homero. Se descubrió que Troya VI era una ciudad fortificada, parte del imperio hitita, mientras que Troya VII mostraba signos de conflicto y fue destruida violentamente, coincidiendo con las narraciones de La Ilíada.
La estrategia micénica en la guerra incluyó el uso avanzado de la pentecontera, una embarcación naval rápida y maniobrable que les permitió realizar desembarcos efectivos y sorpresivos. Esto se evidencia en los relatos homéricos de los griegos desembarcando en las playas de Troya. Además, la habilidad naval micénica se nutrió de las influencias cretenses, adoptando técnicas y conocimientos marítimos de civilizaciones previas.
El contexto geopolítico de la época situaba a Troya como un vasallo de los hititas, controlando rutas comerciales estratégicas y recursos como el cobre de Chipre. Esta posición geopolítica explica por qué la ciudad fue un punto de conflicto prolongado entre los micénicos y los hititas durante casi 250 años, como se documenta en las tablillas hititas y otros registros de la época.
La Guerra de Troya, lejos de ser un mito o una ficción literaria, fue un conflicto histórico real entre potencias de la Edad del Bronce. Las excavaciones arqueológicas modernas han validado muchos aspectos de la narrativa homérica, proporcionando una visión más matizada y precisa de los eventos que condujeron a la caída de esta icónica ciudad.