El ponente, D. Rafael Roca, nos detalló la historia de esta monumental plaza de toros.
Desde 1085, se tiene constancia de las corridas taurinas en Valencia donde en esa época, siempre sin espacio fijo y a base de 'cadafals'. Las plazas de toros se montaban y desmontaban para cada ocasión. Uno de los lugares destinados para los festejos taurinos era la Plaza del Mercado, frente a la Lonja de Valencia, principalmente, aunque también se realizaban corridas de toros en la Plaza Tetuán, la plaza del Llano de Zaidia, la del Palacio del Real y la de la Ronda.
Todas las plazas eran eventuales y temporales para fechas concretas como las festividades de las Fallas, la Feria de Julio, las Navidades, momentos en los que se construían las plazas siguiendo la estructura de las edificaciones que conformaban la plaza, y los carpinteros construían las tarimas para el público asistente, burladeros, puertas de acceso, adaptándose a las peculiaridades de cada plaza.
Estos festejos taurinos eran un boyante negocio que pasaba de mano en mano, ya que estos festejos gozaban de mucha popularidad, por lo que el Hospital de Valencia se interesó en el negocio.
Para hacerse con los derechos de explotación de la plaza de toros, el Hospital de Valencia solicitó a S.M. Felipe III los derechos aludiendo que el beneficio obtenido en las corridas de toros, se podía emplear para los más necesitados, aceptando el Rey la propuesta, una vez terminaran los derechos otorgados que se encostraban en vigor. Pero realmente, no fue hasta el año 1739 cuando el Rey Felipe V, otorgó y por perpetuidad, al Hospital de Valencia, el derecho y explotación de las corridas de toros en estas plazas desmontables.
Sucedió así hasta finales del siglo XVIII, cuando la afición era tal que las plazas desmontables no eran suficientes y nacía la ilusión de una plaza fija. Según Francesc Cabañés, director del museo taurino de Valencia, había además, problemas de orden público, pues la gente no estaba segura en los cadafals y estos se utilizaban para entrar en las casas a robar. Además, por añadidura, el sistema de montaje no permitía ruedos redondos y hacía más peligrosa la lidia.
El impulsor de esa primera plaza fue el intendente Urdaniz, quien en 1798 encargó a los arquitectos Claudio Bailler y Manuel Blasco levantar una plaza fija, mitad mampostería, mitad madera, extramuros de la ciudad, junto a la puerta de Ruzafa. Aquella plaza tenía 74 metros de diámetro y una circunferencia exterior de 334 metros.
Pero apenas duró unos años. Su ubicación junto a la muralla de la ciudad la convertía en un peligro para la seguridad de la misma y una facilidad para los combatientes franceses, así que en 1808, en plena ofensiva napoleónica, las autoridades decidieron derribarla. Como los primeros obreros abandonaron la obra de inmediato fue el pueblo quien la tiró al suelo con maromas y animales de tiro. Pasada la guerra, volvieron las corridas ambulantes y las plazas desmontables, hasta que en 1850, viendo el gobernador Melchor Ordóñez el deterioro de las instalaciones de la calle Quart, recuperó el proyecto de plaza fija y le encomendó el proyecto al arquitecto Sebastián Monleón Estellés.
Era una plaza colosal, con 462 metros de diámetro, 86 de altitud y cabida para 20.000 almas. Pero tampoco fraguó; los siempre presentes problemas de seguridad para la ciudad, la falta de presupuesto y la epidemia de cólera de 1854 aconsejaron rebajar las pretensiones y hacer una plaza con 108 metros de circunferencia, albero de 52 metros, 17 metros de altura y cabida para 14.000 personas.
La plaza definitiva, tal y como la conocemos hoy, se inauguró oficialmente el 22 de junio de 1859, con toros de Nazario Carriquiri y toros de la Viuda de Zalduendo, para el diestro Francisco Arjona "Cúchares". En 1861 se inaugura definitivamente con una corrida de Antonio Sánchez El Tato, dando por buena la inversión de tres millones de reales que había sido necesaria.
En 1908, se instala el tendido eléctrico dentro de la plaza, con una potencia de 40 vatios, para poder presentar espectáculos taurinos nocturnos.
Con la llegada la Guerra Civil, la plaza de toros se convierte en prisión y campo de concentración de prisioneros, fusilamientos incluidos. En aquellos años la gente atravesaba sus puertas para llevar comida a los presos o para recoger a sus muertos. Quedando la plaza nuevamente recuperada para los eventos taurinos el 20 de abril de 1939.
Inicialmente, la plaza de toros, no contenía corrales, se fueron construyendo entre finales del siglo XIX y principios del XX. El 21 de septiembre de 1946, hubo que reconstruir una amplia zona de la cara norte destruida por un pavoroso incendio. Al parecer, el fuego de unos vagabundos destruyó "el espacio comprendido entre el graderío de los palcos y el forjado del primer piso, por encima de los tendidos 8 y 9", decían las crónicas de la época. Reiniciándose las obras de reparación en noviembre de ese mismo año, donde se reconstruyen balaustres, asientos de la gradería, columnas, cubierta de teja y el sistema eléctrico.
El último lavado de cara se hizo en los años 60, en pleno esplendor de la lidia. El arquitecto Luis Albert firmó un proyecto que consistió en reducir el ruedo a los 51,40 metros para ganar barreras; cambiar los asientos de madera por cemento; ampliar los vomitorios y reformar los baños. Además, se retiró la valla que separaba la plaza de las calles Játiva y Alicante, liberando un espacio diáfano que realzaba la monumentalidad del edificio. Y también allí se construyeron las taquillas.
En el año 1983, la Dirección General de Bellas Artes, declara a la Plaza de Toros de Valencia Monumento Histórico Artístico.