La reunión del Foro Sensus Communis del pasado 7 de febrero contó con el invitado, D. Francisco Javier de Lucas, catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia y presentó la conferencia “Derecho y Democracia: gestionar la multiculturalidad”. En la tradición democrática liberal, la idea de pluralismo es especialmente relevante. El juego democrático suele materializarse mediante consensos continuos, pero de estos acuerdos suelen quedar excluidos aquellos grupos sociales que tienen una diferencia significativa. Hemos seguido históricamente una trayectoria de homogeneidad que no tiene en cuenta las minorías de todo tipo (lingüísticas, raciales, pero también feministas o culturales). Esa falta de atención a grupos culturales minoritarios no necesariamente se refiere a los inmigrantes, pero desde luego éstos también pretenden que se les reconozcan sus diferencias culturales.
El concepto de multiculturalidad o diversidad cultural es una condición o un presupuesto de hecho. Consiste en la convivencia o co-presencia, o si se prefiere coexistencia o cohabitación dentro de un mismo espacio de soberanía de individuos y grupos que se reclaman de tradiciones culturales diferentes o de identidades distintas. Pero no todas las diferencias son identitarias, que son las más peligrosas porque no son negociables. Cuando se produce un enfrentamiento identitario sólo puede solucionarse mediante eliminación o mediante subordinación: genocidios, expulsiones, guetos, etc.
La multiculturalidad o diversidad cultural es diferente de la interculturalidad y del multiculturalismo, que son respuestas normativas ante el fenómeno de la diversidad cultural. Ya no se está hablando de un hecho, sino de una concepción o una ideología. Hay otra respuesta posible, que es el asimilacionismo, que consiste en afirmar que hay una sola cultura, que debe ser aceptada y que obliga a las minorías a vivir conforme a los patrones de la cultura dominante.
El multiculturalismo es otra respuesta más: no obliga a una adaptación de las minorías. Pretende que cada grupo viva conforme a sus reglas y tradiciones culturales, cosa que ha aislado y enfrentado a los diversos grupos o minorías culturales. Por lo que es una solución no viable, según ha demostrado la experiencia. Así ha ocurrido en el Reino Unido, en Alemania y en Bélgica: han reconocido que la política multiculturalista no ha dado resultado. La mayoría de los países multiculturales (Estados Unidos, Canadá, Guatemala, Colombia, Brasil, China, India, Australia, Nueva Zelanda, etc.) han gestionado la multiculturalidad utilizando el sistema del asimilacionismo.
En los Estados Unidos rige la idea del melting pot, de la olla, en cuyo país se han metido múltiples grupos culturales, que se han fundido en una olla y ha salido una supuesta nueva identidad americana. En realidad hay una cultura wasp hegemónica junto con la afroamericana, la latina y otras minoritarias.
El modelo canadiense es el de la ensalada, el del mosaico, que trata de reconocer las peculiaridades de varias identidades: la anglosajona dominante, la francesa, los indígenas y los inmigrantes. En este país se ha tratado de hacer interculturalidad.
La interculturalidad no existe como un hecho, sino como un proyecto. No se utiliza la palabra interculturalismo porque es una doctrina o una ideología. Con la interculturalidad se pretende que la sociedad plural sea construida desde la interacción o diálogo entre los diferentes grupos, buscando un espacio común negociado, y al mismo tiempo el respecto de las características propias de cada minoría. Pero la realidad es que esa sociedad intercultural aún no existe, porque tendría que haber igualdad entre los diferentes agentes, ya que son asimétricos. Siempre hay una hegemonía de algún grupo (que no necesariamente mayoritaria: en Sudafrica los negros son mayoritarios pero no hegemónicos; las mujeres son mayoritarias pero no hegemónicas, sino que están en inferioridad).