La evaluación internacional del alumnado más conocida (PISA) tiene el honor de aparecer en el preámbulo de la Lomce, la ley que a día de hoy fija los pilares sobre los que se asentará la educación española. Exactamente dice que sus resultados muestran «el nivel insuficiente obtenido en comprensión lectora, competencia matemática y científica, muy alejado del promedio de los países de la Ocde».
Cuando Jesús Jornet, catedrático de la Universitat de València, leyó esta referencia en las primeras versiones de la ley -que eran más duras- contactó con el ministerio para advertir del error. No tuvo éxito, lo que no quita que siga defendiendo esta idea como experto en medición y evaluación educativa. La semana pasada lo hizo durante una conferencia en el Ateneo Mercantil, donde quiso relativizar la importancia que la sociedad (y sus políticos) otorga a esta evaluación de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (Ocde).
«Da la sensación de que se hace una utilización errónea o equívoca de los resultados, o bien porque no se entienden o porque se les da un uso partidista para justificar políticas», explicaba ayer en un encuentro con la prensa. Incluso lamentó que se recurra a la «tergiversación» de las cifras con estos fines.
Uno de los ejemplos en los que insistió es que en las sucesivas evaluaciones España se sitúa en la media o ligeramente por debajo de los países de la UE y la Ocde. Es decir, no hay motivo para pensar que el sistema es un desastre. El problema es que los resultados se presentan con rankings, por lo que las diferencias de puntuación, «estadísticamente no significativas», se diluyen respecto al orden. Se han dado casos en los que la variación de España respecto al promedio es de unos pocos puntos cuando se emplean escalas que pueden alcanzar los 700.
Además, en algunos aspectos la media estatal quedó por encima de países como EE.UU., como sucedió en la evaluación de 2003, centrada en la competencia matemática. También se le superó, igual que a Alemania, en la clasificación de los resultados por niveles, donde el porcentaje de alumnos españoles ubicados en el medio fue similar al de Finlandia. Eso sí, el país nórdico destacó, sobre todo, por la cantidad de estudiantes encuadrados en el superior.
PISA también reconoce logros al sistema español, como su equidad. «España consigue mejores resultados de los que le correspondería por su índice socioeconómico y cultural», dice Jornet, mientras que los países citados, junto a Francia o Austria, no alcanzaron los que deberían. A grandes rasgos, cuanto mayor es el parámetro mejor puntuación se tendría que obtener. Además, se ha destacado en cuestiones que se pueden interpretar como el esfuerzo del alumnado. Un ejemplo: el rendimiento de aquellos cuyos padres tenían estudios básicos fue mejor que la media de la Ocde.
En la conferencia también se refirió a las críticas que existen respecto a la metodología, a sesgos en los resultados por malas traducciones de las pruebas e incluso a algunas novedades que hacen pensar a los expertos que en PISA confluyen intereses económicos, como el hecho de que en las próximas oleadas puedan concurrir colegios enteros y no una muestra decidida por la administración. Previo pago, claro está.
Pese a las interpretaciones interesadas, considera que PISA es útil -«permite participar en investigaciones sobre elementos que condicionan el rendimiento»-, pero advierte de que sólo mide las competencias lingüística, matemática y científica, que se pese a su importancia no son las únicas necesarias para conseguir alumnos preparados.