La segunda sesión de Filópolis III ha empezado recordando la problemática que nos había reunido en la sesión anterior, esto es, el problema de Cicerón. Este problema confronta a la filosofía con la política o, si se prefiere, con la ciudad. El problema de Cicerón consistía en cómo hacerse cargo de la filosofía sin desligarse de su existencia como ciudadano romano. Sus libros son una reflexión permanente de la cuestión política, en la cual Roma adquiere el papel de ciudad ejemplar.
Antes de introducirse en los textos que en esta sesión han servido de horizonte para el diálogo, De Officcis de Cicerón y una breve cita del libro de Luciano Canfora Ausgusto figlio di Dio, el profesor Antonio Lastra ha recordado que aquello a lo que llamamos historia en la época romana es la manera de decir filosofía, o dicho de otro modo, la historia de Roma era un ejercicio de filosofía y Cicerón vio esto con claridad.
Si esto es así, hay una pregunta que resuena constantemente: ¿cómo se ha escrito la historia de la filosofía? Enlazando con la sesión de Introducción a la filosofía, quizás sea más adecuado preguntar: ¿tiene historia la filosofía? En La historia de la filosofía de Émile Bréhier no aparece Cicerón como protagonista de un capítulo, lo máximo que podemos encontrar han sido referencias suyas a pie de página, como si Cicerón estuviera fuera de la historia de la filosofía. Pero Cicerón es el filósofo de Roma.
La filosofía no está adscrita a ningún momento histórico porque Cicerón no escribe para los romanos sino para cualquier lector que pueda leerle en el futuro, como nosotros. Y sobre esto mismo habla en Las leyes. Para escribir hace falta ocio, pero en sus tiempos de ocio Escipión no escribió nada. Sin embargo, Cicerón se pregunta por qué él no puede dejar de escribir. Esto liga la filosofía con la escritura, un ejercicio que ya estaba en Platón. Es la necesidad logográfica. La escritura trasciende la temporalidad, por ello el filósofo escribe para cualquiera que pueda leerlo en el futuro.
Todo esto nos conduce de nuevo a preguntarnos por la relación entre la filosofía y la política. De nuevo en Las leyes, Cicerón sostiene que el elemento clave de la política es la libertas (libertad). Para alcanzar esta conclusión reflexiona acerca de cómo los romanos han llegado a tener la palabra “ley”. Los romanos no utilizan la palabra ley como los griegos. Para los griegos ??µ?? (nomos) implica un reparto. En cambio para los romanos “ley” es preferencia por el bien. No se trata de un reparto, sino de una preferencia, o dicho de otro modo, es la elección razonada y esforzada por el bien de entre las posibilidades. La guerra civil del año 133 a.C empezó con el problema del reparto, esto es, de la ley.
Hacia el final de la presentación, previo al debate, se ha dado cuenta de qué son las Res Gestae diui Augusti, la lectura señalada para la sesión sobre los historiadores romanos. Las Res Gestae no son más que el empeño que tuvo Augusto de dar cuenta de lo que había hecho al precio que fuera. Pero todo lo que ahí describe como sus grandes logros y hazañas por el bien de la República no son más que mentiras o dicho con un concepto moderno, posverdades. Augusto quería pasar a la historia como el salvador de la República y para ello falsea la historia hasta el punto de destruir Roma.
Por eso Cicerón es el último que está en condiciones de comprender que la historia es la forma en la que se presenta la filosofía en Roma. Las leyes y La República son dos libros que intentan hacer filosofía con la romanitas, esto es, con la dimensión política de Roma.
En el momento del diálogo se plantearon dos cuestiones fundamentales: la primera tiene que ver con la tarea de la filosofía y la segunda con la vinculación de las enseñanzas ciceronianas con Europa. La filosofía enseña a la ciudad a transcenderse a sí misma, y por ende nos enseña a nosotros a trascender nuestra dimensión política. Con respecto a la segunda cuestión, dos son los conceptos ciceronianos clave para entender en esencia que es Europa, los conceptos de concordia y libertas. Lo social, la convivencia, tiene una naturaleza conflictiva, pero el conflicto siempre es bueno, permite que se genere la concordia y por tanto que haya libertas. Antes de que aparezca la concordia entre los pueblos debe originarse la dis-cordia y en la medida en que esto suceda habrá posibilidad de vivir en concordia.