Según los últimos barómetros del CIS la clase política no es una fuente de solución para los problemas de los ciudadanos sino un “problema” en sí mismo. ¿Por qué los políticos son un problema y no una solución? ¿Por qué está desprestigiada la “profesión” política? ¿Qué está sucediendo en nuestra democracia para que nadie quiera dedicarse al “oficio” de político? ¿Por qué la actividad política no es atractiva para los mejores profesionales?
Para responder a esta pregunta, el Director de la UIMP en Valencia y profesor de Filosofía Moral y Política de la UV, D. Agustín Domingo Moratalla, realizó un itinerario en tres fases: En primer lugar recuperaró la necesidad de plantear una relación estrecha entre convicciones y responsabilidades. Frente a los grupos políticos que están promoviendo “políticas de odio” a través de planteamientos populistas, ha llegado el momento de recuperar “políticas de concordia”, de reconciliación y convicción. Por eso, frente al discurso del odio, la sociedad debe incentivar y promover discursos de la concordia fortalezcan una ética de la responsabilidad convencida. En esta primera fase una lectura de Max Weber, quien también reivindicaba la necesidad de vincular vocación (para) y profesión (de), es decir, pensar a la vez “vivir de” y “vivir para” la política.
En segundo lugar, esta ética de la responsabilidad no puede hacerse sin esfuerzo, sin sacrificio y sin autoexamen personal. El ejercicio del poder exige mantener afinadas las cuerdas de la moral con la que se templa la actividad política. Vaclav Havel fue un referente en este campo porque nos anima a pensar la actividad política no desde el puro pragmatismo sino desde la ilusión, el autoexamen y la sobriedad moral existencial.
En tercer lugar analizó el desprestigio de la profesión política en la sociedad de la información sin conocimiento. Debemos preguntarnos si los medios de comunicación y las redes sociales están contribuyendo a una “des-humanización” de la actividad política cuando dilapidan el capital moral de quienes se dedican a la política. Cuando hay posibilidad de incrementar las ventas o la audiencia, ¿quién se plantea la presunción de inocencia, la dignidad moral, o el principio de no-maleficencia en los políticos profesionales? Cuando la crítica despiadada al político sale gratis, la profesión política se convierte en una ocupación social poco reconocida, con poco status social, con poco reconocimiento vecinal. La profesión política no puede ser una vergüenza sino un honor cívico.
El filósofo Byun Chul Han denuncia el mal uso del imperativo de la transparencia porque reduce el ciudadano a consumidor en una “democracia de espectadores”. ¿Qué ha pasado para que en nuestros tiempos los mejores profesionales hayan huido de esta peligrosa profesión? ¿Cómo romper el carrusel de mediocridades de los responsables políticos de las últimas décadas?