El oro nazi, aunque envuelto en mitos y leyendas, tiene una base histórica en los últimos días del régimen de Hitler. Este oro se asocia con las historias de tesoros escondidos al final de una civilización, reflejando una idealización universal que aparece en diversas culturas. Las leyendas del oro nazi surgieron principalmente en el colapso del Tercer Reich en 1945, cuando líderes como Hitler, Himmler y Göring intentaron ocultar bienes valiosos mientras el régimen se desmoronaba. A medida que el gobierno nazi se disolvía, surgieron rumores sobre el destino de estos tesoros, con muchos especulando sobre su ocultamiento en varios lugares, como trenes escondidos o lagos.
Las leyendas sobre el oro nazi se han internacionalizado con el tiempo, dando lugar a numerosas historias de tesoros escondidos en diferentes países. Un caso famoso es el del tren de oro de Breslau, que supuestamente se perdió en un túnel en Polonia durante la huida de Alemania, pero que resultó ser una ilusión geológica tras excavaciones recientes. De manera similar, se han encontrado "tesoros" en lugares como el lago de Toplitz en Austria y el palacio Minkowski en Polonia, aunque a menudo los hallazgos han sido más modestos o se han desmentido con el tiempo.
La fascinación por el oro nazi refleja un deseo humano profundo de creer en la existencia de tesoros escondidos, y esta creencia ha sido alimentada por los estados y las culturas populares. Las leyendas sobre el oro nazi persisten no solo porque en algunos casos hubo ciertos hallazgos reales, sino porque estos relatos cumplen una función cultural y económica, generando turismo y manteniendo viva la mitología en torno a los últimos días del régimen nazi. La búsqueda de estos tesoros se convierte así en un fenómeno que mezcla realidad con fantasía, reflejando las creencias y expectativas de las sociedades contemporáneas.
En febrero de 1945, Walter Funk, el Ministro de Economía del Tercer Reich, se dio cuenta de la inminente caída del régimen nazi debido al avance de las tropas soviéticas hacia Berlín y el desembarco de las fuerzas estadounidenses en Normandía. Preocupado por el saqueo que los rusos podrían hacer de las reservas de oro del Reichsbank, Funk decidió trasladar todo el oro a una mina de sal en Merkers, Alemania. La mina, ubicada a una considerable profundidad, parecía ser un refugio seguro para evitar la detección durante los bombardeos aliados.
Sin embargo, cuando las tropas aliadas llegaron en abril de 1945, la operación de ocultación del oro fue descubierta. Los lugareños informaron a las tropas estadounidenses sobre el tesoro escondido en la mina. Aunque Funk había logrado trasladar alrededor del 70% al 80% del oro, una parte significativa aún quedó en la mina. A medida que los estadounidenses avanzaban, Funk intentó realizar una segunda evacuación del oro con la ayuda de dos oficiales alemanes, Feifer y Neuer, que escondieron el oro en los Alpes, pero finalmente se vieron obligados a negociar con los aliados para evitar ser juzgados.
Mientras tanto, en España, el oro que llegaba a través de la estación internacional de Canfranc no estaba relacionado con un saqueo nazi, sino que era parte de transacciones comerciales, especialmente en relación con el volframio que España exportaba a Alemania. El oro se transportaba en trenes a Madrid y Lisboa, y no se escondía para enriquecimiento personal, sino para cumplir con acuerdos comerciales. Posteriormente, se descubrió que gran parte del oro que se pensaba perdido en la montaña nunca fue recuperado, dando lugar a mitos sobre su paradero. El oro nazi y el oro español se diferenciaban en que el primero se transfería para evitar que cayera en manos enemigas, mientras que el segundo estaba más relacionado con comercio y transacciones internacionales.