La cuarta sesión de los Diálogos sobre los diálogos de Platón estuvo dedicada a los libros VII y VIII de la República, el corazón de la obra platónica. El primero versa sobre la condición y la tarea del filósofo, en la ciudad de palabras que de hecho se ha fundado entre los interlocutores del propio diálogo y en la inevitable caverna que es cualquier ciudad. Al respecto, se señaló que la legitimidad del filósofo reside en que está dispuesto a examinar su origen mismo incesantemente, y por ello ofrece una liberación que supera la polis y la tragedia homérica y, por tanto, la risa de los dioses y los humanos.
El segundo versa sobre las formas de gobierno. Al dialogar sobre ello se puso de manifiesto que Sócrates afirma que la democracia es el régimen adecuado para el estudio y la discusión, y esto se corrobora si tenemos en cuenta que el Diálogo mismo tiene lugar bajo el amparo de la casa de Céfalo. Una de las cuestiones fundamentales para evitar su decadencia, sin embargo, es tener muy en cuenta la que quizá sea la cuestión capital de la obra platónica y de la educación del alma: ¿a quién obedece el filósofo? No temer las reprimendas que la ciudad pueda aplicarle por no obedecer sin examinar a sus dioses determinaría que pudiéramos hablar de él en términos de héroe.