La Dra. Aitana Forcén Vázquez abrió su conferencia con una hipótesis tan sencilla como poderosa: “¿Y si la Tierra tuviera corazón?” Desde esa pregunta articuló un relato que unió ciencia y emoción, océanos y biografía, para demostrar que la oceanografía también habla de coraje, de esperanza y de la capacidad de los humanos para escuchar lo que el hielo nos cuenta. La charla nació en Valencia —donde tuvo su “epifanía”— y se proyectó hacia su lugar favorito en el planeta: la Antártida.
Partiendo de la primera acepción de “corazón”, explicó el sistema circulatorio del planeta: las corrientes oceánicas que distribuyen oxígeno, nutrientes y calor. La “gran cinta transportadora” conecta polos y trópicos y, como ilustró con mapas, explica fenómenos cotidianos: el Golfo de México suaviza los inviernos británicos frente al frío de Terranova. Como un cóctel por capas, el océano se organiza por densidad (temperatura y salinidad), y el “latido” que mueve esas capas se entiende mejor que nunca si pensamos en una sopa que hierve al sol.
En la segunda acepción, el corazón como centro del sistema, la Antártida ocupa el papel principal: la Corriente Circumpolar Antártica, la más potente del planeta, conecta —único lugar del mundo— las cuencas Atlántica, Índica y Pacífica. Allí nace el Agua Antártica Profunda, “memoria térmica” de la Tierra que constituye cerca del 40% del volumen oceánico y tarda siglos en volver a la superficie. La ponente compartió escenas de campaña científica nocturna, a 5.000 m de profundidad y con mar duro, para acercar al público el rigor y la épica de la investigación.
La tercera acepción—coraje, valor y esperanza—apareció en las historias de exploración polar, con Shackleton como emblema: el Endurance atrapado en el hielo, la travesía hasta Georgia del Sur y el rescate completo de la tripulación tras meses en la Isla Elefante. En la Antártida, recordó Forcén, conquistar no es vencer, sino no rendirse: escuchar al hielo, sobrevivir y comprender cómo encajan las piezas del sistema Tierra.
Finalmente, en la acepción emocional del corazón, Forcén hiló su propia trayectoria: una vocación nacida entre mapas y cuentos de mar, un doctorado que la llevó al Océano Austral y, veinte años después, el día en que pisó el continente antártico. La Antártida, dijo, te hace pequeña pero muy viva; te obliga a estar presente y confirma que “la vida siempre se abre camino”. Concluyó devolviendo la pregunta al auditorio: si el planeta late, si el hielo guarda memoria y si de él depende nuestro clima, ¿no será la Antártida el corazón de la Tierra?