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Los Cuatro Soles del México Ancestral: el origen, las catástrofes y la esperanza según los códices

30 de septiembre de 2025

Antes de comenzar su ponencia, la Mtra. Beatriz Chávez Chávez  nos explicó cómo los códices son la prueba viva del esplendor cultural de las civilizaciones mesoamericanas. A través de imágenes, los sabios o tlamatinime enseñaban a sus pueblos la historia y la cosmovisión del mundo, sentados junto a los templos que también funcionaban como bibliotecas (amoscalli). 


En ellos se conserva la sabiduría oral y espiritual que cimentó la identidad de México. “Quien no conoce su pasado no puede estar en el presente”, afirma, recordando la importancia de la memoria ancestral como guía del conocimiento.


El primer Sol: el diluvio universal y la diosa del agua

El primer gran cataclismo relatado en los códices es el Sol del Agua o Atonatiuh, en el que la humanidad perece bajo una inundación. La diosa Chalchiuhtlicue, “la de la falda azul”, representa el poder fecundador y destructivo del agua, que inunda la tierra y, al mismo tiempo, da vida a los cultivos. 


Solo una pareja se salva refugiándose en un ahuehuete, como un arca natural que recuerda el mito universal del diluvio. En este episodio, los antiguos mexicanos muestran su visión cíclica del mundo: la destrucción siempre da paso a la regeneración.


El segundo Sol: el viento y la furia de Quetzalcóatl

El Ehecatonatiuh o Sol del Aire describe la era de los huracanes, en la que Quetzalcóatl, dios del viento, arrasó con todo. En los códices, los vientos soplan desde las cuatro direcciones, simbolizando el caos natural que pone a prueba a la humanidad.


Nuevamente, una pareja sobrevive, mientras los monos —símbolo de resistencia— representan la continuidad de la vida. Esta etapa revela el carácter contemplativo de las culturas mesoamericanas, que observaban la naturaleza para comprender los misterios del cosmos.


El tercer Sol: el fuego y el nacimiento de los volcanes

El Quiahuitonatiuh, o Sol del Fuego, relata la lluvia ardiente que dio origen a los volcanes. En las imágenes, un dios antiguo arroja lava y ceniza sobre la tierra, y una pareja humana vuelve a salvarse, testigo del nacimiento del fuego sagrado. México, tierra de volcanes, conserva esta memoria en el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, símbolos vivos del equilibrio entre destrucción y vida. El fuego, entendido como la “nariz de la Tierra”, recuerda que el planeta respira y renueva su energía a través de estos portales naturales.


El cuarto Sol: la alegría, el maíz y la nueva humanidad

El ciclo culmina con el Tonatiuh Xochiquétzal, el Sol de las flores, presidido por la diosa de la belleza y la alegría. Ella trae el maíz, alimento sagrado que simboliza la renovación de la humanidad y el inicio de la edad de oro. 


Los pueblos celebran la vida con flores, cantos y danzas, tradición que aún vive en festividades como la “Flor más bella del ejido”. Este cuarto Sol marca el renacer de la esperanza y el equilibrio con la naturaleza. Así concluye el relato de los códices: un homenaje a la fuerza espiritual y a la sabiduría de México, un país que —en palabras de la autora— “sigue abierto al mundo, a la memoria y al amor por su historia”.

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