El Ateneo Mercantil de Valencia ha impulsado un merecido homenaje a Antonio Maura, figura clave de la política española y, sin embargo, sorprendentemente ausente en las conmemoraciones nacionales. La invitación a instituciones como la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y la Real Academia de la Historia parte de una pregunta tan sencilla como urgente: ¿a qué esperamos para reconocer su obra? La respuesta se encuentra en un legado de reformas que siguen interpelando la España de hoy.
Maura fue el gran regeneracionista conservador: promovió el Instituto de Reformas Sociales, la Ley de Sindicatos Agrarios, la Ley de Protección a la Infancia, la regulación del derecho de huelga, la creación del Instituto de Bacteriología presidido por Ramón y Cajal, y el Instituto Nacional de Previsión (germen del actual INSS). A él se le deben también decisiones simbólicas y urbanas de calado: la Fiesta Nacional del 12 de octubre, la apertura de la Gran Vía madrileña, la lucha contra la explotación sexual y la creación del Teatro Nacional.
Su relación con Valencia explica nuestro especial interés: desde el Gobierno, Maura favoreció la Exposición Regional, un hito que cohesionó el sentimiento valenciano y del que surgió el himno regional. Cuando la Exposición cerró con un importante déficit, se cubrió al 50% entre el Marqués del Turia y el Gobierno presidido por Maura, muestra tangible de su compromiso con esta tierra.
Nacido en 1852 en una familia modesta, Maura aprovechó el impulso educativo de la Ley Moyano y llegó muy joven a la política: diputado por Mallorca de 1881 a 1923, ministro de Ultramar en 1892 —cuando defendió la autonomía para Cuba— y, más tarde, jefe del Partido Conservador y presidente del Consejo. Su Ley electoral de 1907 introdujo urnas transparentes y trasladó al Tribunal Supremo la resolución de litigios, claves para su lema: “hacer la revolución desde arriba” limpiando el sufragio frente al caciquismo.
Su proyecto de Administración Local y su pulso con el poder establecido desataron una intensa polarización (el “¡Maura, no!”) y fricciones con la Corona. Aun así, su mirada fue premonitoria: en 1923 advirtió que una dictadura pondría fin a la monarquía, abriría paso a una república convulsa y desembocaría de nuevo en el poder militar. Recordar hoy a Maura no es revisar el pasado por nostalgia, sino reconocer al único intento serio de sanear democráticamente la vida política española y recuperar una tradición reformista que aún inspira.