A lo largo de la conferencia, Cristina Aldana propuso un recorrido por uno de los aspectos más característicos de la civilización romana: la cultura del agua y la creación de grandes complejos termales que, más allá de su función higiénica, se convirtieron en símbolos urbanos, centros sociales y auténticas obras maestras de la ingeniería y la arquitectura antigua.
La cultura del agua: higiene, placer y civilización
El punto de partida es la evolución del uso del agua en Roma. En época republicana, el baño era sobre todo una cuestión higiénica. Sin embargo, a finales del siglo I a. C., las élites comenzaron a concebirlo también como un espacio de placer, bienestar y cuidado corporal.
Con el tiempo, y ya en época imperial, el agua pasó a considerarse un elemento definitorio de la civilización romana, porque implicaba todo un sistema técnico previo: selección estratégica de los asentamientos urbanos, construcción de acueductos, tuberías, depósitos y redes de distribución que permitían abastecer a ciudades enteras.
La conferencia recordó que esa concepción tiene raíces médicas. Las teorías de Hipócrates y posteriormente de Galeno explicaban los beneficios del baño alternando temperaturas –del agua caliente al agua fría– para purificar el cuerpo y mejorar la salud. Estos principios influyeron directamente en la organización interna de las termas.
Tecnología romana: el hipocausto
El avance técnico decisivo que permitió el desarrollo de los baños calientes fue la invención del hipocausto, un sistema de calefacción creado por Sergio Orata. El pavimento se elevaba sobre pequeñas columnas de ladrillo —la suspensura— dejando una cámara de aire por donde circulaba calor procedente de hornos situados en el exterior. Este ingenioso sistema permitía calentar salas completas y mantener la temperatura de piscinas y estanques.
Cristina Aldana destacóa el paralelismo con los actuales sistemas de calefacción radiante, herederos directos de este método romano, y recuerda incluso el origen de expresiones populares como “estar en la gloria”.
Cómo funcionaban unas termas
Antes de analizar cada complejo imperial, se explica la distribución general de unas termas romanas. En torno a un eje central se organizaban las salas principales:
- Apoditerium: vestuario.
- Caldarium: sala de agua muy caliente.
- Tepidarium: sala templada, de transición.
- Frigidarium o basílica: gran sala de agua fría, normalmente cubierta con bóvedas monumentales.
- Natatio: piscina exterior, de agua fría, a cielo abierto.
A estas salas se sumaban otros espacios complementarios: palestras (para ejercicios gimnásticos), bibliotecas, salas de reunión, zonas de descanso e incluso estancias destinadas a masajes con aceites (el eleotesium). Las termas eran, además de centros de higiene y ocio, auténticos espacios públicos de socialización, abiertos a la población con un precio simbólico.
Las termas imperiales en Roma
Tras un primer repaso por los balnea —establecimientos menores presentes en cada barrio—, la conferencia se centró en las seis grandes termas imperiales de Roma, de las cuales tres son las más relevantes por su monumentalidad y conservación: las de Trajano, Caracalla y Diocleciano.
1. Termas de Trajano (año 109 d. C.)
Construidas por el arquitecto Apolodoro de Damasco sobre parte de la Domus Aurea de Nerón, las termas de Trajano fueron el primer gran complejo termal levantado en Roma a gran escala. Se situaban en el monte Oppio, frente al Coliseo.
Su planta disponía de:
- Un gran cuerpo central con caldarium, tepidarium, frigidarium y natatio.
- Palestras simétricas a ambos lados.
- Un amplio pórticus perimetral con jardines y salas auxiliares.
- Un enorme depósito de agua conocido hoy como Sette Sale, imprescindible para abastecer el conjunto.
Aunque de ellas hoy quedan principalmente estructuras de ladrillo y grandes muros con hornacinas, la conferencia subraya su refinada decoración original: mármoles polícromos, estatuas y ricos revestimientos.
2. Termas de Caracalla (217 d. C.)
Son el modelo más completo y monumental de termas conservado en Roma. Con capacidad para más de 1.500 bañistas simultáneos, representan la culminación del urbanismo imperial.
Su nombre oficial era Termas Antoninianas, ya que Caracalla —Marco Aurelio Antonino— adoptó el nombre de la dinastía de los Antoninos.
Se implantaron en la zona sur de Roma, junto a la Vía Apia, y se conservan especialmente bien porque la ciudad no se expandió hacia esa área en épocas posteriores. El visitante actual puede recorrer:
- Los vestuarios con mosaicos bicromos originales.
- Las dos palestras con pavimentos geométricos polícromos.
- El imponente frigidarium, una sala de dimensiones colosales cubierta antiguamente con bóvedas de arista.
- La natatio, cuyo frente escénico aún se alza como un gran muro articulado con nichos destinados a esculturas.
- Restos del caldarium circular.
- Espacios subterráneos que incluían incluso un mitreo.
La conferencia recordó también que varias esculturas helenísticas famosas, como el Toro Farnesio o el Hércules Farnesio, proceden de estas termas.
3. Termas de Diocleciano (305 d. C.)
Fueron las termas más grandes jamás construidas en Roma: hasta 3.000 personas podían bañarse a la vez. Gran parte del complejo desapareció con el tiempo o se integró en la trama urbana moderna, pero siguen siendo espectaculares.
Hoy el visitante solo puede comprenderlas accediendo a dos espacios distintos:
- El Museo Nacional Romano – Termas de Diocleciano, instalado en algunas salas originales, donde se conservan muros, bóvedas y pavimentos.
- La Basílica de Santa Maria degli Angeli e dei Martiri, diseñada por Miguel Ángel, que reutilizó el antiguo frigidarium manteniendo su altura original y sus gigantescas bóvedas de arista, uno de los testimonios mejor conservados del esplendor arquitectónico de estas termas.
Además, la célebre Piazza della Repubblica conserva la forma semicircular (exedra) del pórtico exterior del complejo termal.
El legado del termalismo romano
La conferencia concluye señalando que el uso recreativo y terapéutico del agua —parte esencial de la vida romana— continúa vigente hoy. Balnearios modernos, spas y centros termales mantienen este legado, cuyo lema tradicional, Salus per aquam, sigue vivo.
Termina también con una máxima heredada de la Antigüedad: Mens sana in corpore sano, recordando que los romanos entendían el bienestar físico y mental como partes inseparables de la vida.