El martes, 29 de noviembre, 2016, a las 19 horas, tuvo lugar en la sala Sorolla del Ateneo Mercantil de Valencia una nueva lectura homenaje a un poeta valenciano o afincado en Valencia, en este caso Antonio Cabrera.
Introdujo el acto, como es tradición, Vicente Bosch con unas palabras de bienvenida a los asistentes y de gratitud tanto al poeta invitado como al numeroso público a pesar de lo tormentoso del día.
Vicente Barberá hizo un breve resumen del año que lleva funcionando exitosamente el proyecto Poetas en el Ateneo, por el que han pasado en este primer curso los poetas Ricardo Bellveser, Jaime Siles, Vicente Gallego, Sergio Arlandis, Pedro J. de la Peña, Guillermo Carnero, Carlos Marzal, y, ahora, Antonio Cabrera. Anunció también la próxima sesión con el poeta valenciano, residente en Madrid, Rafael Soler; poetas todos ellos de reconocido mérito en el panorama actual de la poesía no sólo valenciana sino española o en español (y lo digo por la repercusión que estos poetas tienen también en Hispanoamérica).
A continuación, Barberá presentó al autor, destacando su obra: cuatro libros de poemas (La estación perpetua, XII premio Loewe; Con el aire, Piedras al agua, y Corteza de abedul); su exquisito y ornitológico libro de haikus, Tierra en el cielo y sus escritos en prosa, El minuto y el año y El desapercibido. Por otra parte, está su obra periodística, en diarios como el País, el ABC, Levante, revistas literarias y otros medios. Destaca también su dedicación a la enseñanza como profesor de instituto y como observador de la naturaleza, especialmente de los pájaros (De mis 30 a mis 38, anduve a pájaros, afirmó en el posterior coloquio).
Como siempre, y para conocer su peripecia vital, se proyectan algunas fotos que el poeta fue comentando no sin antes agradecer a Barberá y al Ateneo la admirable nómina de poetas a la que hoy se une él y manifiesta su ánimo expectante ante un acto tan especial. Con las fotos se van recordando momentos familiares y con sus amigos: con el jurado del premio Loewe, en casa de Brines, con su promoción de la Facultad de Filosofía, con sus hijos y amigos.
También se proyectó una hermosa ilustración videográfica de Corteza de abedul, montada por Virgilio Fuero que también recita el poema.
Barberá somete al autor a un interrogatorio entre cuyas preguntas se intercalan lecturas de sus poemas por parte de otros poetas o asistentes, como Fernando Peris que leyó el poema Narcisos, Cecilia Lombardía, el poema Instante del canto rodado, y Juan Luis Bedins, Espejo de la concentración.
El propio poeta nos ofreció la lectura de una breve selección de sus poemas: Oboe, dedicado a su hijo Daniel, músico oboísta; Poema de cumpleaños, dedicado a su hija Adelina; Montaña al suroeste; Marzo, del libro La estación perpetua; Mantis observada de cerca, del libro Corteza de abedul. Muy interesantes fueron las notas explicativas que acompañaron a los poemas. En Poema de cumpleaños aconseja a su hija mirar al mundo y acogerlo, aunque señala que él no es un poeta de consejos morales. De la mantis dice que es un animal de sedoso tacto y lleno de enigma.
Entre poema y poema, Vicente Barberá fue interrogando a nuestro poeta sobre aspectos de su vida y de su obra. ¿Qué hay que hacer para ganar el Loewe? ¿Es La estación perpetua tu mejor libro? Antonio señaló que aún no lo sabía y que quedó sorprendido y asombrado por ese premio que le dio a conocer como poeta; que quizá sea ese su libro más importante, pero no se arrepiente de ningún libro; claro que dice escribir poco y muy lentamente. “Me cuesta escribir”, afirma, y cita a Thomas Mann: “Se escribe porque cuesta esfuerzo”. Su hora favorita para escribir, las seis de la tarde, preferiblemente en otoño.
Ante el tópico del poeta como alguien de sensibilidad encendida afirma: “Quien mejor siente es el que no siente con demasiada frecuencia, me espantan los sensibles”. Para producir arte no hay que sucumbir al sentimentalismo fácil sino poner atención a la naturaleza y pensarse a sí mismo ante ella.
Señala como poetas que le influyeron decisivamente a J. A. Valente, a César Simón, que le abre otra manera de ver la poesía; y, luego, ante una pregunta del poeta Blas Muñoz, añade como poetas que pudieran quedar para el futuro a Brines y a Sánchez Rosillo.
Cuando se le pregunta por su poética explica que su frase “Frío en abril es poesía” significa la dialéctica entre empuje y retención que hay formalmente en todo buen poema; empuje y retención, como en la naturaleza en otoño y primavera. La poesía no es un don místico que nos sea entregado por alguien ajeno a nosotros, un maná. La poesía es fruto del trabajo y de aquel equilibrio.
Y sin embargo “las palabras son algo secreto pero accesible”. En cuanto a la dificultad de comprensión de los poemas afirma que la poesía no se debe entender del todo en una primera aproximación, algo en el poema debe quedar sin decirse, pendiente de nuevas lecturas; y ello porque en poesía hay significados no diáfanos, lenguaje llevado a su tensión máxima. Dice: “El significado de la poesía no se agota en el momento de la lectura. Debe generar siempre nuevos significados”. Además el tono meditativo y reflexivo tiende a oscurecer el sentido y sobre todo en un tema como el de la escisión o diferencia entre lo que está ahí, en la naturaleza, y lo percibido por la conciencia del poeta. Hay una cierta diferencia entre el yo y el mundo.
En los aspectos formales, nos revela que, procedente del versolibrismo, ha elegido como mejor opción los metros impares de la tradición española: en versos de 11, 7, 5, 14 sílabas, frecuentemente en silvas libres con encabalgamientos y respetando su acentuación clásica (lo que, según Barberá, le da su perfección en el ritmo). Añade que le gusta leerlos como si leyera prosa.
Tras las preguntas del presentador y las lecturas de los poemas se abrió un interesante coloquio.
Blas Muñoz inició el fuego: ¿Cómo en ese “ser en el mundo que se convierte en conciencia” es posible tanta ausencia del mar? Un error de comprensión enriqueció inesperadamente la pregunta y el debate; el poeta entendió “mal” en lugar de “mar” y se obligó a contestar a dos preguntas. Dijo que no es un poeta moral (“El mal no entra en mi poesía”) sino un observador emocionado del tema, en parte unamuniano, de la relación entre la conciencia y el mundo externo; algo ontológico, la presencia de los objetos; y añadió que le interesaba más el escenario de la vida que la vida misma.
Y, por otra parte, dijo que sí aparecía el mar en sus libros y citó alguno de sus poemas con mar (Frente al mar, La isla de los pensamientos, etc.), aunque afirmó no entender bien qué encuentra la gente en esa monotonía azul.
Blas hizo una segunda pregunta a partir de una afirmación de Antonio Cabrera en una reunión de amigos poetas: “Ninguno de nosotros quedará para la posteridad”. ¿Sigues pensando lo mismo? Antonio citó, parafraseando a Yourcenar, el tiempo, gran antólogo, dirá. Pero al fin el cedió dos nombres, Brines y Rosillo.
A Fernando Peris, le respondió Antonio con la hermosa metáfora de la pala y el tesoro. Un buscador que cava con una pala pero no encuentra ningún tesoro comprende al fin que el tesoro es la pala, la búsqueda en sí. Así el tesoro en la poesía es la palabra, la pala, el medio, la búsqueda, no el hallazgo.
Contestando a Pascual Casañ afirmó: “Me cuesta saber de qué va lo que estoy escribiendo” y “Se escriben poemas y no libros de poemas y luego los voy ordenando intuitivamente”, aunque nos reveló una cierta estrategia para empezar llamando la atención y cerrar el libro con los mejores poemas.
Elena Torres preguntó ¿Qué parte predomina en tu poesía, pasión o razón? El poeta dijo que su tema era la filosofía de la naturaleza y la conciencia en la y de la naturaleza. Y por tanto en mi poesía predomina la razón emocionada. ¿Hay cierta frialdad? No, más bien enfriamiento (hay que restar efusión). En Los cuatro cuartetos de Eliot, ese libro fundador de cierta poesía de la modernidad, hay sobre todo razonamientos.
A María Barceló, le confesó que hacía listas de palabras a evitar en su poemas, palabras como sueños o chorizo (Mi maestro Dámaso Alonso decía que no hay palabras buenas o malas para un poema sino adecuadas a cada contexto).
En cuanto a si buscaba o no la verdad en su poesía, respondió que no especialmente, a Juan Luis Bedins.
Para terminar el acto se pidió algún voluntario para recitar el poema que figuraba en el díptico del programa, La estación perpetua, poema que resume magníficamente su concepción del hombre como observador de su ser en el mundo. Los asistentes pidieron que lo leyera su hija Adelina, quien lo hizo emotivamente. Para terminar Antonio nos regaló un último poema, Autorretrato.
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Reportaje Fotográfico: José Luis Vila