Levante-EMV: Con más de 55 años dedicado a la fotografía, se inició en ella de forma casual cuando se compró una cámara Regula para fotografiar a su hijo recién nacido. Joaquin Collado es ese gran fotógrafo desconocido a nivel español, con un trabajo a la altura de las fotografías de Gabriel Cualladó, José Miguel de Miguel, Paco Jarque o Francisco Molto. Resalta Juan Pedro Font de Mora, de Railowsky, que «si Joan Colom fue el fotógrafo del Raval de Barcelona en los años sesenta, Collado lo ha sido del barrio chino de Valencia en los setenta».
Su trabajo lo ha desarrollado dentro de la Asociación Fotográfica Valenciana, a la que se asoció en 1965, «entonces no había otra forma de aprender las técnicas. Tampoco había revistas especializadas ni información». Su ambiente, sus salidas los fines de semanas a echar fotos, sus cursos, sus exposiciones y concursos formaron a una legión de fotógrafos aficionados. De ella ha sido durante 25 años secretario y luego presidente.
Y ahora, con 83 años, tiene tres exposiciones abiertas a la vez. La primera, Miradas, se inauguró el 6 de mayo en la sala que lleva su nombre en la sede de Agfoval, centrada en su obsesión por la mirada. «En los ojos está todo», dice.
La segunda, en el Ateneo Mercantil, trata de Manifestaciones religiosas. Collado muestra sus fotografías durante las fiestas religiosas de Valencia, con imágenes de la Semana Santa Marinera, el Corpus, la Romería de San Esteban o la Virgen de los Desamparados.
La tercera se expone en el MuVIM. Es un viaje a la Valencia de otros tiempos a través de su objetivo: los niños de la plaza de San Esteban, las prostitutas de la calle Viana, los regateos en el rastro en la plaza de Nápoles y Sicilia, la serie sobre los gitanos?
En la calle Viana, aquella de «100 y la cama» medía la luz y cuando disparaba con la cámara pegada a la pierna tosía para ocultar el ruido de la Photonix. La temática del barrio chino ya había sido tratada por Colom en el Raval de Barcelona, sin embargo Collado desconocía este trabajo. Fotografía por intuición.
Para ganarse la confianza de gitanos y vendedores del rastro, les regalaba las fotos que hacía o les ofrecía un pito. Siempre en blanco y negro, porque «como el blanco y negro no hay nada», afirma.