La Tertulia Taurina del Ateneo Mercantil de Valencia volvió a abrir sus puertas el pasado jueves 10 de abril a las 19 horas, en su ya emblemático rincón del séptimo piso. Allí, como es tradición, un grupo de apasionados se reunió para adentrarse en los misterios y matices del arte de torear, esta vez guiados por las palabras profundas de Nicasio Jiménez.
Paco Roger dio la bienvenida a los veinticinco asistentes, anunciando que la próxima tertulia se celebrará el 8 de mayo —debido a las festividades de Semana Santa, Pascua y el Primero de Mayo— y estará dedicada a la memoria de Joselito El Gallo, figura inmortal fallecida el 16 de mayo de 1920 en Talavera de la Reina.
El arte de torear
Nicasio tomó el relevo con una intervención vibrante que invitó a sumergirse en el alma del toreo: ese encuentro místico entre el toro y el torero, un universo único donde confluyen el folklore hispanoárabe y el zíngaro, transformados en danza. Una danza cargada de riesgo, donde el matador se entrega con tal concentración a su adversario que cualquier distracción puede costarle una cornada.
Porque torear, dijo, no es tarea sencilla: se trata de dar forma a un arte bello y enigmático con apenas un palo y un trapo. De ahí nacen los bártulos del oficio, esos instrumentos llamados también apechusques, cachivaches o trastos —capote, muleta, estoque— que sirven al torero para expresar el sentimiento que lo impulsa. Todo comienza con el saludo capotero, ya sea con el baile de la navarra, los artísticos delantales o las verónicas cargadas de suerte. Luego, llega el momento de los banderilleros: zapatean, citan al toro en soledad desde el centro de la plaza, lo reciben y lo encaran en una coreografía tan fugaz como sublime. Esta obra efímera no admite comparación con ninguna otra expresión artística como la pintura o la escultura.
En ese juego de cadencias, en ese ritual, hay pausas necesarias: momentos para tomar aire, para respirar. La correcta administración de esos instantes es clave para construir la faena como una auténtica obra de arte. El toro —criado en libertad, destinado a morir en el ruedo— no huye, porque su instinto es luchar. Y el torero, en su papel, busca sincronizar los movimientos, marcar distancias, delimitar los terrenos.
Quien no comprende el arte de torear, difícilmente alcanzará el fondo del misterio: esa unión íntima, inexplicable, entre toro y torero, que emociona hasta el estremecimiento, que arranca aplausos rotos, aunque a menudo el espectador no logre entender del todo lo que ha presenciado. Porque el porqué de la embestida del toro sigue siendo una incógnita. Se ha atribuido al color del engaño, al movimiento, o quizá —lo más probable— al impulso provocado por la incitación.
Una gran ovación cerró esta apasionada exposición de Nicasio, que dio pie a un animado coloquio, espontáneo y vibrante, donde se intentó definir el arte de torear y distinguirlo de otras formas creativas. Porque el toreo es un arte en movimiento, en el que el artista se juega la vida frente a un compañero de baile que es un animal bravo, imprevisible. No hay posibilidad de repetir la función otro día: el arte nace y muere en un instante irrepetible que puede rozar el éxtasis tanto del torero como del espectador.
Si como decía Rafael el Gallo, "torear es tener un misterio que decir y decirlo", entonces antes de alcanzar la belleza hay que dominar la técnica. Y desde ahí, surgen dos caminos en la tauromaquia: el del ejercicio técnico y perfecto que parece fácil, y el de la entrega pasional, casi dionisíaca, del torero que quiere comunicar algo profundo, algo que conmueve.
Porque el toreo, como ningún otro arte, se enfrenta a una verdad incontestable: la muerte. Un simple error puede tener consecuencias fatales. De ahí que el grito de "¡Torero!" tras una faena magistral no sea un mero halago, sino el reconocimiento a una comunión mágica entre toro, torero y público, sellada bajo el riesgo y la emoción.
Si el arte es aquello que provoca una emoción, la tauromaquia tiene una identidad muy especial: es fugaz, impredecible, única, y nace bajo la amenaza constante del peligro. Cada espectador la vive a su manera, desde su sensibilidad, observando detalles como la forma en que el torero se posiciona para entrar a matar, o la habilidad para mantener el interés del toro tras una pausa.
La técnica —aunque esencial— debe estar al servicio de la emoción. El exceso de ella puede restar autenticidad, borrar la chispa de lo irrepetible. Cada torero posee un estilo propio, y cada espectador interpreta a su modo ese arte intangible que se desarrolla ante sus ojos.
La claves del toreo
Para concluir la tertulia, Nicasio desgranó con claridad las claves esenciales del arte de torear:
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La inteligencia para comprender las castas y comportamientos del toro, sin perderlo nunca de vista.
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Los reflejos eléctricos que permiten actuar en el momento justo.
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La estética: la postura, el ritmo, el garbo, la elegancia y la gracia. En definitiva, la torería.
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El simbolismo del engaño como herramienta para controlar la faena y conectar emocionalmente con el público, respetando el ritual.
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La fortaleza mental del torero, que no solo lidia con el animal, sino con la presión de emocionar y ganarse el respeto del respetable.
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La preparación psicológica que convierte el miedo en concentración y seguridad.
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Y la conexión emocional entre torero y público, esa chispa que hace del toreo un espectáculo singular, tenso y, a la vez, sereno.
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Todo ello, en una evolución constante del arte taurino, que incorpora nuevos estilos y se adapta a los tiempos, sin perder su esencia.
Con una calurosa ovación finalizó esta intensa y primaveral tarde de reflexión taurina. Los asistentes se despidieron con la promesa de volver a encontrarse el 8 de mayo, a las 19 horas, para rendir homenaje a Joselito El Gallo.
Salvador Chapa