Como sabemos, concibe al ser humano como un zoon politikón, es decir un ser que dialoga y que no puede vivir sino es en sociedad; la primera de las cuales es la oikós (el hogar; la familia), pero que también, si es libre, debe implicarse en la polis, en el gobierno de la ciudad.
Para Aristóteles que desarrolla estas ideas sobre todo en su obra Política, ensalza a los que se implican en el gobierno; y considera que son los mejores los que han de ser elegidos para gobernar. En el sentido de que el mejor político no es el más sagaz, sino el más prudente que vela por la comunidad política: da prioridad a la teoría sobre la praxis, defendiendo a la vez la prudencia como una virtud dianoética, que participa de ambas: delibera y actúa. Por eso considera que son las ideas –especulación- superior a la praxis, pero ambas han de darse en el gobierno de la polis. Y concluya que la polis ha de ser gobernada por los ancianos que, por su sabiduría y experiencia de la vida, y sobre todo por su prudencia, que es la auriga virtutum -la virtud que dirige- el orden social, son más aptos que los fogosos jóvenes para gobernar. Pues además de la ciencia que requiere un saber gobernar, no se hará adecuadamente si el gobernante no es además virtuoso él mismo, amante de la verdad.
La reflexión sobre el gobierno de la sociedad –de la polis- supone hoy en día un reto: ¿son los mejores los que gobiernan? ¿Son los más prudentes los que dirigen la acción política en busca del bien común? ¿Son las personas experimentadas en la vida los que tienen el honor de servir a sus compatriotas? Preguntas que Aristóteles, ya en el siglo IV antes de Cristo, suscitaba entre los griegos las cualidades de los buenos gobernantes en contraposición de los tiranos, a los que detestaba.