La pintura del siglo XIX responde a todos los quiebres históricos de la época. A principios del siglo la tendencia es el Neoclasicismo, que propone una belleza ideal y el culto a la antigüedad clásica, el racionalismo y el predominio de la línea. El Romanticismo, que promueve, en oposición al anterior, la pasión, lo irracional, lo imaginario, la exaltación, el color y el culto a la Edad Media y las mitologías de la Europa del Norte.
Hacia mediados del siglo hay una vuelta al racionalismo, fruto del desarrollo industrial provocado por la Revolución Industrial y sus efectos secundarios, además de la frustración que produjeron los fracasos revolucionarios de 1848.
Los artistas se olvidan del tema político y se concentran en los temas sociales. El manifiesto realista asume que la única fuente de inspiración del arte es la realidad, el artista debe entonces reproducir esta realidad sin embellecerla.
Los paisajistas ingleses del Romanticismo sentarán las bases sobre las que trabajarán mas tarde los Impresionistas. De Turner tomarán el gusto por la fugacidad, las superficies borrosas y vaporosas, el difuminado y la mezcla de colores intensos, dejando de lado el componente sublime característico de la pintura romántica.
Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, vemos aparecer una gran cantidad de movimientos artísticos denominados vanguardias, que reflejan el individualismo de los artistas que buscaban, cada cuál, promover su propio movimiento.
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