El decreto Unitatis redintegratio del Concilio Vaticano II afirma que "la división contradice abiertamente la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la evangelización" (UR 1). La Iglesia fundada por Cristo sigue hoy herido por el escándalo sangrante de la división, que resta eficacia salvífica a su acción y no contribuye a la realización del proyecto de reconciliación universal de Jesucristo: "Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti" (Jn 17, 21).
En el siglo XVI, en 1521, se excomulga a Lutero, y con esta excomunión se produce una nueva división, esta vez al interno de la Iglesia de Occidente. Nuevamente fueron cuestiones teológicas las que influyeron, pero no solo, e incluso estas razones teológicas fueron aprovechadas para justificar otro tipo de decisiones más ligadas a la política que a la fe. Y, a partir de esta división, comienza a desgarrarse la Iglesia de Occidente: reformados (Calvino, Zwinglio), anglicanos, metodistas, veterocatólicos, pentecostales, evangélicos…, que tienen su origen en lo que hoy conocemos como "protestantismo".