El nuevo populismo y los antiguos nacionalismos presentan varios elementos en común, tanto que por momentos cuesta diferenciarlos. El nacionalismo y populismo tratan de construir y poner en valor una identidad colectiva de un pueblo, en el que la moral, el carácter y el destino son compartidos. Una identidad colectiva que dota de pertenencia y que excluye a los que no están con ellos. En este sentido habló D. Guillermo Vansteenberghe para destacar que los populismos comparten muchas cosas con el nacionalismo.
Este momento de incertidumbre es propicio para que tanto los nacionalismos como los populismos garanticen cohesiones sociales fuertes basadas en lo sentimental más que en lo racional. El nacionalismo y populismo generan adhesiones inquebrantables y compiten con esa ventaja sobre la democracia liberal. El nacionalismo y populismo adquieren un carácter transversal que les provee ventajas competitivas respecto al resto de partidos. El nacionalismo canaliza esta gran fuerza movilizadora hacia la construcción nacional, mientras que el populismo se afana en una tarea semejante: busca inmortalizar el “cambio político” histórico, busca forjar una 'nueva cultura' y una 'patria nueva'.
La movilización del nacionalismo y del populismo es reactiva, es decir, se genera contra un enemigo. Es destacable el carácter excluyente de los nacionalismos, al igual que en el populismo. En ambos casos, la identidad del sujeto colectivo se afirma en oposición a un enemigo que urge expulsar del sistema. La paradoja es que la existencia de ese enemigo es la razón de existor y es la fortaleza de los discursos nacionalista o populista y, en tanto, lo necesitan para perpetuarse. Los populismos buscan la confrontación y la inestabilidad de los nacionalismos, pero con un cierto aire de modernismo y globalización.